Isabel de Portugal llegaba a Castilla con su séquito en el verano de 1447 y en agosto se casaba con Juan II en Madrigal, ella tenía diecinueve años y él cuarenta y dos. La ceremonia se realizó en una sala del palacio real, que más tarde se convertiría en monasterio de Nuestra Señora de Gracia. Juana Pimentel acudió con Álvaro de Luna, había que festejar al rey y a su nueva esposa. Era irónico que al descendiente Trastámara le casó Pedro de Castilla, obispo de Palencia entonces, nieto del rey Pedro I asesinado por su hermanastro el primer Trastámara.
Juana estaba espléndida, mantenía la belleza heredada de su abuela. Iba poco a la corte por lo que fue muy agasajada por todos. Ella observó con agudeza a la nueva reina: era joven, hermosa y festiva. Juana con su mirada de mujer se percató de que aquella portuguesa iba a ejercer una gran influencia sobre el rey. Era un hombre mayor para le época, que había tenido una mujer a la que nunca había querido ni deseado, y de pronto tenía al lado una dama muy atractiva con un cuerpo provocador, no sería extraño que el deseo le arrebatara a partir de ese momento, y le manejara a su antojo.
Álvaro de Luna permanecía en la corte siguiendo al rey y llevaban largo tiempo en guerras, batallas y asedios, en los que pasaba más tiempo que con su esposa e hijos. Cuando acabó la toma de los castillos de Astudillo y de Navarrete, quiso regresar a sus tierras junto a su familia. Era octubre de 1448, ya estaba entrando el invierno y añoraba el hogar, ahora que había paz en los reinos. “E como quiera que él deseaba mucho ir á aquella tierra suya, assi por ver á la Condesa, como al Conde Don Juan su fijo, é á su fija Doña Maria; é aún por ver aquella tierra suya de Escalona, é Sant Martin, é el Adrada: en la qual entre las otras que él tenia plascer, era por la templanza é bondad de la tierra, é por él ser muy montero, é aver en ella muy buenos montes de muchos puercos é osos, é otras animalias, (…).” (1)
Según Gonzalo Chacón fue el rey el que le animó a marchar un tiempo a su casa con los suyos. En Escalona, Juana y sus hijos le recibieron con los brazos abiertos, también los vasallos, y gentes de las villas. A su esposa le parecía un sueño volver a tener a su marido a su lado, le observó que mantenía aquel tipo delgado a pesar de los años, estaba más calvo, pero seguía tan encantador, cariñoso y vital como siempre.
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Capilla del castillo de Escalona en la actualidad, Toledo, © Viceconsejería de Cultura y Deportes. www.cultura.castillalamancha.es |
Pero no duró mucho tiempo tenerle sólo para la familia, porque ya entrado el mes de diciembre llegaron mensajeros anunciando que los reyes venían a su casa palacio. Entonces hubo que centrarse en preparar su recibimiento. En el castillo y la villa comenzó una actividad febril. Álvaro de Luna llamó a los jóvenes que andaban en su casa y tierras y les dio buenos paños y sedas, para que previeran estar bien vestidos y dispuestos por lo que significaba la llegada de los reyes y realizar un torneo a caballo y otro a pie. Los monteros tenían que concertar monte (ir con los sabuesos al monte divididos por diversas partes, visitarlo, ver los lugares fragosos, y por huella y pista saber la caza que hay, el lugar donde está y la parte donde ha de ser corrida). Lo eligieron a una legua de Escalona por la parte que venía el monarca.
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Cacería en el castillo de Torgau en honor de Carlos V, 1544, L. Cranach el Viejo, Museo Nacional del Prado, Madrid. |
En un otero se prepararon cadalsos de madera, donde estuviese la reina con sus damas y doncellas, para que pudieran ver correr los venados. Cuando Iba a llegar Juan II, el condestable salió con sus nobles vestidos unos para el monte y otros muy elegantes. Delante de él, sus monteros, unos a caballo y otros a pie, con los lebreles y sabuesos. También marchaban atabales, ministriles y trompetas. Y según llegó la comitiva real, el maestre le ofreció la montería que se llevó a cabo en la zona prevista. Juana le acompañaba para hacer los honores al rey y a la reina, y se colocó con sus damas en una zona donde estaba Isabel.
Los caballeros portugueses que acompañaban a la reina, cuando llegaron al castillo y vieron a la puerta grande de entrada, cabezas de osos, de jabalíes y de otros animales salvajes quedaron asombrados. En medio del postigo de la puerta estaba clavada una gran piel de león que le había sido enviada por un rey moro de las tierras más allá del Estrecho.
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Banquete de boda, Histoire d'Olivier de Castille y Artus d'Algarbe, Manuscritos, francés 12574, fol. 368, siglo XV, Philippe Camus, source gallica.bnf.fr / BnF |
Las grandes salas estaban adornadas de tapices franceses, paños de seda y de oro. Había una luz muy agradable, preparadas las mesas con todo los necesario. Enfrente estaban los aparadores que contenían las vajillas de oro y de plata, con copas, platos, bandejas, confiteros, barriles y cántaros. Para unas mesas se había dispuesto unas gradas con un paramento que se cubría en su cielo y en su espalda con paños ricos de brocado de oro. Con el rey comerían el arzobispo de Toledo y Beatriz hija de Dionis de Castro que estaba en la corte con la reina. Llegaron los maestresalas con los manjares, iban precedidos por ministriles, trompetas y tamboriles. Al finalizar el banquete se retiraron las mesas y bailaron los jóvenes con las doncellas.
Tras varios banquetes, se realizó el torneo a caballo en el patio delantero del alcázar. De una parte por capitán iba Pedro de Luna y Manuel, hijo del maestre, y de la otra Martín de Guzmán. El torneo a pie se llevó a cabo de noche en la sala rica con grandes hachas encendidas colgadas del techo y con asentamientos altos para el rey y la reina. Al día siguiente se daban una justas con sus mantenedores, donde los caballeros llevaban sus novedades e invenciones. Pasados ocho días el rey se marchaba porque la Pascua de Navidad se acercaba y quería tenerla en Madrid. Mientras que el maestre la tendría con su esposa en Escalona y en La Adrada. (2)
De nuevo surgían imprevistos en la gestión del reino que romperían la estancia del maestre con Juana y sus hijos, dos días después de la Pascua recibió noticias de Juan II. Álvaro se despidió de los suyos y partió para Madrid. Los hechos seguían complicándose y el condestable iba de un lugar a otro, según lo necesitase el monarca. Juana continuaba en Escalona, sabiendo que su esposo tenía que cumplir su misión y era lejos de ellos, pero más allá de la lejanía y de los peligros que corría, temía la trama que se estaba urdiendo a su alrededor. No se fiaba del rey manejado por la reina, ni de gran parte de los nobles, entre ellos su propio hermano, el conde de Benavente, su tío Fadrique Enríquez, y el marqués de Santillana, de la casa de los Mendoza, que también era pariente suyo. Las mujeres tienen un sexto sentido especial para detectar ciertas actitudes y ya había visto el rechazo de los reyes hacia el maestre. Los otros actuaban claramente desde hacía tiempo.
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Alcázar de Madrid siglo XVII, Félix Castelo,https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Alcazar_de_Madrid_siglo_XVII |
El monarca volvió con el condestable a Escalona y como siempre le agasajaría y después partirían a la fortaleza de San Martín de Valdeiglesias, donde se repitieron los festejos. Probablemente en esta ocasión Juana le acompañó en su marcha con la corte y fueron a Valladolid, donde vino la reina que también hacía tiempo que no se reunía con el rey, por todas las vicisitudes y enfrentamientos que se habían producido.
La fiesta de la Navidad de 1451 Juana y sus hijos la pasaron sin Álvaro que se encontraba junto al rey en el cerco de Palenzuela, una villa de Fadrique Enríquez, almirante de Castilla, en el camino entre Burgos y Palencia, donde su hijo Alonso Enríquez se había levantado contra el rey por el poder del condestable. En una de las escaramuzas este fue herido gravemente por una flecha disparada por ballesta que penetraban profundamente y le traspasó la axila y el brazo. En la noche los físicos del rey lo curaron y la herida tardó bastantes días en sanar. Fue entonces cuando el escribano de cartas latinas y poeta, Juan de Mena, le dedicó unas breves coplas. Son de escasa calidad, pero sí reflejan bien, aspectos del carácter del maestre de Santiago, que recibía heridas sí, pero era vencedor. Efectivamente era tan audaz y luchador que lanzaba su cuerpo como un ariete a las batallas y tenía un ánimo infatigable para cada nueva empresa. Dadas su personalidad y cualidades, su fama y su memoria sobrepasará a otros personajes importantes de su tiempo.
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Diciembre en el Breviario de Isabel la Católica, The British Library, Add MS 18851, fol. 7r. |
Aunque Juana estaba acostumbrada a aquellas largas ausencias de su esposo, no dejaba de añorar su presencia en Escalona. Él ya debía de andar en los sesenta y un años, y el tiempo no había pasado en balde, se conservaba muy bien, delgado, derecho y firme, pero necesitaba más tiempo de sosiego que no tenía. Tras el periodo de contiendas Álvaro regresó con el rey y la corte a su residencia más querida, y entre ella y Cadalso y San Martín estuvieron corriendo monte y teniendo otras diversiones durante 20 días, hasta que de nuevo las noticias que llegaban les obligaron a marchar al norte, a Castilla Vieja.
La hermosura y juventud de Isabel habían cautivado al rey que, según el cronista Alfonso de Palencia, se entregó a una vida de voluptuosidad y disfrute excesivo, con sexo, comida, bebida y actividades de cacerías, fiestas, bailes y juegos. Estaba enfermo, no se dice de qué dolencia, y tenía que cuidarse, Álvaro de Luna había velado siempre porque fuera comedido en todo, y ahora su control de la vida personal del monarca era rechazado por él y por su nueva esposa, que era mucho más joven y estaba encantada con que fuera así. Juan II había empezado a verle como un estorbo en sus deseos, impertinente y entrometido en sus costumbres. La tela de araña que estaba enredando y envolviendo al condestable llevaba tiempo tejiéndose, y esta vez iba a ser mortífera. A partir de aquel momento habían comenzado intentos de atentados y emboscadas para asesinarle.
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Bestiario de Rochester, c. 1230, The British Library, Royal MS 12 F XIII, fol. 17v. |
En varias ocasiones Juana había hecho de anfitriona de los reyes en Escalona y en alguna otra de sus casas, porque el condestable los invitaba continuamente. En este tiempo vio la complicidad amorosa entre los reyes, las miradas que una y otro dirigían a Álvaro de Luna, y empezó a sospechar que los asuntos de su esposo ya no marchaban bien en la corte. Cuando estaban a solas la pareja hablaba de la situación, y pudo comprobar que él también desconfiaba y no se sentía tan seguro como antes.
De hecho ya estaba tomando ciertas cautelas, como llevar siempre con él una guardia de confianza, mandada por su hijo Pedro de Luna y Manuel, el caballero valeroso y muy fiel que le acompañaba con su gente de armas y le protegió en situaciones peligrosas en Madrigal y Tordesillas. También iba con él, su sobrino Juan de Luna y Mendoza de parecidas cualidades y fidelidad con el maestre. Gracias a la presencia de los dos y de Juan Fernández Galindo, capitán de sus jinetes, Fernando de Ribadeneyra y otros caballeros de gran confianza escapó de atentados, encerronas y trampas.
El contador mayor Alfonso Pérez de Vivero que había sido paje y criado del maestre, comenzó a participar en la trama de los nobles e hizo partícipe de la conjura al rey para su colaboración, y a la reina que ya estaba en ello. El monarca preparó varias emboscadas para matarlo, que el condestable supo eludir con sus criados e hijos. Era un juego de enredo y engaños, y lo más escandaloso es que era Juan II quien lo maquinaba.
Habría tenido la opción de marcharse a Escalona a sugerencia de los hermanos Juan Pacheco, marqués de Villena, y Pedro Girón, maestre de Calatrava, que se le hubieran unido para “refrenar al rey y al príncipe”, pues ellos también estaban amenazados, sin embargo el maestre de Santiago no quiso. (3) Ambos hermanos no eran de fiar, pero la premisa de regresar a sus territorios y la posibilidad más cercana de refugiarse en Portugal, era una opción segura, que no puso en práctica. Después los hechos se desarrollaron de la peor manera posible.
Notas
(1) Chacón, Gonzalo, Crónica de don Álvaro de Luna condestable de los reynos de Castilla y de León, pp. 188, 189 y 190. Edición y apéndices de Josef Miguel de Flores, Madrid, 1784.
(2) Ibidem, pp. 190 a 195.
(3) Ibidem, pp. 269 y 270.
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