lunes, 9 de octubre de 2023

1. Juana Pimentel, la condesa que desafió a Enrique IV

 
 

Capítulo 1. En un principio… 1431

 


Hacía un frío gélido aquella mañana de enero de 1431 en Calabazanos, un lugar de la merindad de El Cerrato al sur de Palencia. Estaba de fiesta, habían llegado los reyes Juan II y María, porque se velaba (ceremonia nupcial de la Iglesia en la Edad Media) el condestable de Castilla, Álvaro de Luna, con una hermosa y noble joven, Juana Pimentel sobrina de Pedro Manrique de Lara y Mendoza, adelantado mayor y notario del reino de León, y señor de la casa fortaleza que estaba en su término, y sería en su iglesia.

Pedro Manrique era hermanastro de su madre, ambos hijos de la extraordinaria Juana de Mendoza. Ofrecía aquella ubicación como obsequio familiar, tal vez allí en la casa de los Manrique habían acondicionado estancias para que se alojaran la familia de Juana Pimentel y parte de los grandes nobles que asistieron. Estaba muy cercana a Palencia, a 2,5 leguas, que podía ser recorrida en medio día, y los reyes y el condestable se habrían aposentado en el palacio del obispo, muy próximo a la catedral que entonces se encontraba en plena construcción.

Pero la boda se vio ensombrecida por la muerte de la jerarca de los Enríquez-Mendoza. La novia, que se había criado con ella en Guadalajara, en Medina de Rioseco y otros palacios de su propiedad, venía ahora desde allí acompañándola con todo el séquito, cuando empezó a sentirse mal en Palacios de Meneses. La abuela debía de tener más de setenta años, y fue Juana Pimentel la que la acompañó sus últimas horas. Así que la boda a continuación de las exequias y entierro de la anciana no tuvo las celebraciones habituales.

 

 

 

Castillo de Medina de Rioseco, Valladolid, Semanario Pintoresco Español, 22 febrero, 1852, https://hemerotecadigital.bne.es>calendar


                                                                                     

 El condestable tenía alrededor de cuarenta y un años, y ya había estado casado con Elvira Portocarrero, de una notable familia castellana al servicio de los reyes, y señores de Moguer, pero había fallecido sin tener hijos. Durante ese matrimonio tuvo una amante que le dio una hija, María de Luna. Ahora que Álvaro de Luna llevaba años en la corte y había ascendido en poder y honores, se unía a Juana Pimentel, de unos dieciséis años, bella, noble y rica.

 

La abuela, Juana de Mendoza, y la novia, Juana Pimentel


La abuela había sido muy hermosa y con gran carácter y personalidad, posiblemente la dama más rica de toda Castilla, hija de un noble de origen vasco, señor de Mendoza y de otras muchas posesiones, asentado con su familia en Guadalajara, y con numerosas dignidades en la corte, Pedro González de Mendoza, que había muerto luchando al lado del rey Juan I en la desastrosa batalla de Aljubarrota en 1385. Aquella sangrienta batalla que acabó con miles de castellanos peones, lanceros, caballeros y grandes nobles, se había llevado también al esposo de Juana, Diego Gómez Manrique de Lara, adelantado mayor de Castilla, un alto cargo militar y de justicia, y señor de muchas villas. En aquel descampado de Portugal Juana quedó viuda y huérfana. Había tenido un hijo de ese matrimonio, Pedro, el señor que pondrá su casa fuerte de Calabazanos a disposición de la familia para la boda de su sobrina con el condestable.

Desde muy pronto, cuando se casó con Manrique de Lara, Juana de Mendoza se había hecho cargo de la casa y de la gestión del patrimonio de ambos. Muerto su marido, continuaba como cabeza del linaje. De ella se cuentan anécdotas legendarias para mostrar su talante orgulloso y ánimo indomable y expresivo, pero probablemente lo llamativo de su personalidad fuera lo real, la energía y el empuje con que supo llevar los asuntos de su casa y sacar adelante el hijo de su primer marido y los trece del segundo.

 


 

Detalle de Las siete Artes Liberales, G. dal Ponte, 1435. La Dialéctica viste como una dama del XV. Museo Nacional del Prado
                                            

 

Irrumpió en su vida Alfonso Enríquez, hijo de Fadrique maestre de la Orden de Santiago, un bastardo del rey Alfonso XI habido con Leonor de Guzmán. De la madre de aquel se desconoce la identidad, aunque existen indicios de que pudo ser con una judía conversa del norte de Sevilla, cerca de Llerena, villa de la Orden de Santiago muy frecuentada por el maestre. Alfonso Enríquez y Juana de Mendoza se casaron en 1387, y tuvieron un matrimonio feliz. Gracias a Juana, Alfonso conseguirá el cargo de almirante de Castilla, que había tenido su hermano Diego Hurtado de Mendoza hasta su fallecimiento, y proporcionaba abundantes rentas y beneficios, y tendrá que viajar a menudo a Sevilla u otros puertos a controlarlos y a reclutar tripulaciones para la guerra con Granada o desplazarse con la armada.

Ella se ocupaba de los hijos y de sus posesiones y de las que aumentarán unidos, pero también estará presente en la corte, donde se relacionaba con la reina Catalina de Lancaster, dada su alcurnia y el protagonismo de Alfonso, que cada vez intervenía más en asuntos políticos, aparte de sus tareas de la defensa del Estrecho y en contra de las incursiones del norte de África. Juana de Mendoza también era llamada por el rey Juan II para acompañar en la preñez y primer parto a la reina María, en su larga estancia en Illescas desde el verano de 1422. (1)

De los numerosos hijos de la pareja Mendoza-Enríquez, Leonor Enríquez contraía matrimonio hacia 1410 con Rodrigo Alfonso Pimentel, segundo conde de Benavente y heredero de un noble portugués integrado en Castilla poco tiempo después de la batalla de Aljubarrota, que había sido nombrado conde por el rey Enrique III y le había adjudicado abundantes donaciones de señoríos de villas y lugares en su entorno, en Castilla y Galicia. Leonor fue ricamente heredada por su madre.

Y de ese matrimonio nacerá hacia 1414, Juana Pimentel, nombrada así por su abuela que la recibirá en sus palacios para que se crie con ella desde los cinco años, edad en que los niños podían desenvolverse solos. Juana heredó de su abuela además de la belleza, sus cualidades: la intrepidez, el orgullo de linaje, la valentía y el carácter indomable, como demostrará en la madurez cuando tenga que enfrentarse a maquinaciones de la corte o a la persecución de Juan Pacheco y del rey Enrique IV. Pero no sólo fue herencia, la niña veía la forma de actuar de su abuela y aprendió de su conducta. Con ella adquirió los primeros conocimientos que se daban a una noble en la infancia: leer, escribir, coser, bordar, tejer, dirigir a la servidumbre y a los oficiales de la casa. Después tendría formación de latín, religión y otras nociones por parte del capellán. 

Alfonso Enríquez, el esposo de Juana de Mendoza estuvo en 1427, al final de su vida, en el consejo de desterrar a Álvaro de Luna, quien ahora se casaba con su nieta, curiosos cauces del destino.


 

 

Escudo familiar de los Pimentel, AHN,Nobleza, Osuna,CP.12,D.1 FIN
                                             

 

Abuela y nieta se dirigían a celebrar la ceremonia nupcial de velación con Álvaro de Luna en Calabazanos, que ratificaba el casamiento y capitulaciones que habían realizado en agosto del año anterior. Juana llevaba un arcón con las ropas y joyas que vestiría en el acto religioso. Pero en el camino Juana de Mendoza sintió dolor en un costado y tuvieron que detenerse en la aldea de Palacios de Meneses, donde pidió urgentemente al escribano para dictar su testamento, repartió su inmenso patrimonio entre los hijos a los que había heredado menos y mandó enterrarse en Santa Clara de Palencia con el hábito franciscano. Murió al día siguiente, Juana Pimentel sufrió profundamente aquella pérdida, que cortaba su adolescencia y la llevaba al matrimonio. (2)

Empezó a tomar decisiones rápidamente, disponiendo todo para la marcha con el cadáver de su abuela; envió mensajeros que se adelantaran para avisar a los reyes en Palencia y a la familia reunida en Calabazanos, y ordenó dirigir el séquito hacia allí. La comitiva que iba a la boda se convirtió en un cortejo fúnebre.

Todos asistieron a la misa de réquiem y al enterramiento en el monasterio de Santa Clara en la capital, fundación del rey Enrique II y de su esposa Juana Manuel, pero cuya construcción habían llevado a cabo precisamente Juana de Mendoza con su esposo Alfonso Enríquez, y será panteón de los almirantes de Castilla a partir de entonces. La excepcional Juana de Mendoza fue inhumada en el altar mayor de la iglesia clarisa, como la pareja había decidido, al lado de la tumba de su esposo fallecido dos años antes. (3)

Juana Pimentel tuvo que cambiar la ropa que llevaría en su velación y se vistió con un brial negro de seda y debajo una camisa blanca con encajes en el cuello y en las mangas que sobresalían, y encima una hopalanda muy oscura, gruesa, forrada de armiño y adornada con bordados de hilo de oro, tenía aberturas por las que aparecían las mangas ceñidas.


 

Interior del convento de Santa Clara, Palencia, https://turismo.aytopalencia.es/es/poi/monasterio-de-santa-clara

 

El físico de la corte Fernán Gómez de Cibdarreal escribía una carta a Pedro Suárez de Toledo en la que le narraba detalles de la boda. “(…) venimos a calabazanos dos trotes de galgo de palençia ca las bodas del Condestable no han tenido otro soleniçamiento ca haver sido el rey e la reyna padrino e madrina. Ca to do se fizo a la sorda e con traxes como de duelo, por haver falleçido al mismo tiempo doña Juana de men doça viuda del almirante ca era aguela de la novia ca si la nieta es tan ardiosa (mañosa, sagaz) como la aguela de apuesta no le debe embidia, llamase la novia tanbien Juana e traxola muy aconpañada su padre el conde de benavente, ca vinieron todos los de la raza de pi mentel el rey e la reyna se bolvieron a dormir a pa lençia despues dehaver fecho estado e yantado con el condestable e su muger, e el conde de benavente e su muger e la otra fixa donçella (…).” (4)



Notas

(1) Álvarez Palenzuela, Vicente A., María, infanta de Aragón y reina de Castilla, p.
354 y nota 22, https://dialnet.unirioja.es/servlet/libro?codigo=423682

(2) Ortega Gato, Esteban, Los Enríquez, almirantes de Castilla, p. 33, nota 21, Publicaciones de la Institución Tello Téllez de Meneses, n.º 70, 1999, (referida la nota a Crónica del Halconero de Juan II, p. 75. Edición Carriazo). https://dialnet.unirioja.es

(3) Pérez de Guzmán, Fernán, Crónica del señor rey don Juan II, p. 309. Valencia, 1779.

 
(4) Gómez de Cibdarreal, Fernán, Centón Epistolario, Epístola xxxxviii, p. 389, edición e introducción de Lola Pons Rodríguez, Lemir 20 (2016).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

1. Juana Pimentel, la condesa que desafió a Enrique IV

    Capítulo 1. En un principio… 1431   Hacía un frío gélido aquella mañana de enero de 1431 en Calabazanos, un lugar de la...