lunes, 9 de octubre de 2023

2. Juana Pimentel, la condesa que desafió a Enrique IV

Capítulo 2. El novio, Álvaro de Luna, y el padrino, Juan II, rey de Castilla


 

Álvaro de Luna, que siempre se vestía muy elegante, también había elegido prendas negras recamadas de oro sobre el jubón de lana, en una jaqueta larga acolchada y ceñida, calzas gris muy oscuro y una capa de brocado negro y oro. Toda la familia estaba de luto, así que sólo se hizo un banquete para honrar a los reyes y a los invitados que habían venido, pero no hubo bromas de bufones, ni mimos, ni bailes.

Había sido nombrado condestable de Castilla en 1423, tras los sucesos con Enrique, infante de Aragón, apoyado por el anterior condestable Ruy López Dávalos, huidos al reino vecino. Era el más alto cargo tras el rey, que “(…) dandole el bastón de la justicia, é el mando é gobernamiento sobre todas las sus huestes. É dióle el Rey con aquella dignidad á Castil de Bayuela é su tierra, é el Adrada é su tierra, é á la villa de Arjona.” (1)

Pero su carrera en la corte había comenzado años antes presentado por su tío, el prelado Pedro de Luna y por Juan Hurtado de Mendoza y Castilla, casado con una prima del entonces joven. Era un hijo natural del noble aragonés Álvaro Martínez de Luna con María Fernández de Jaraba (llamada también por algunos autores María de Uranzadi), una mujer de la villa de Cañete, de la que era señor, y no se ocupó de él, porque le molestaba la presencia de un bastardo y la falta de hijos legítimos. Antes de morir acabó por reconocerlo y enviarlo encomendado a su criado Juan de Olid con cartas de recomendación a su tío el papa Benedicto XIII, y a sus parientes, su medio hermano Juan Martínez de Luna y su hermano Pedro el eclesiástico nombrado arzobispo de Toledo, pero que no había podido tomar posesión del cargo por el rechazo del rey Enrique III.


 


Benedicto XIII, Joan Reixach, siglo XV, iglesia Santa María la Mayor de Morella, Castellón, De Juan Rexach - Fotografía propia, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=113942239


El papa, tío abuelo del niño, le recibió con afecto y le tuvo un tiempo en su corte, después le puso en manos del arzobispo Pedro de Luna. (2) En esos ambientes cultos y lujosos entre libros e intelectuales eminentes, crecerá y recibirá una magnífica formación, y educación del buen gusto por la poesía, la música, el canto, la arquitectura y la elegancia en el vestir, en los modales y en la manera de conducirse, además de la caballerosidad, el arte de las armas y el respeto a la institución de la monarquía.

Cuando murió Enrique III, el arzobispo accedió a su puesto con el apoyo de la reina Catalina y el infante Fernando, regentes de Castilla, porque el rey Juan II era menor. Hacia 1408 Pedro de Luna y Juan Hurtado de Mendoza y Castilla conseguían que su sobrino (ambos eran tíos del joven) entrase en palacio como doncel del monarca, un niño de unos tres años. El doncel era un joven noble que realizaba diversas tareas al lado de sus señores. A esa edad los pequeños fijan profundamente a personas, ambientes y objetos, Juan II criado con amor por Catalina, sin embargo no tenía la referencia masculina del padre. Posiblemente la presencia de Álvaro de Luna ocupó en su mente un lugar excepcional. El joven tenía unos dieciocho años y debía de ser encantador, sin duda lo será toda su vida, divertido, alegre y muy cortés. El rey niño se sintió feliz con él y esa unión entre los dos permanecerá a lo largo del tiempo, hasta que influencias externas y el propio fastidio del monarca, la hagan saltar por los aires.

Cuando Juan II llegó a la mayoría de edad, su madre y su tío Fernando I de Aragón habían fallecido, el monarca tuvo que enfrentarse a numerosos problemas, provocados por sus primos los infantes hijos de Fernando, que querían controlarlo, eran dueños de un gran patrimonio en Castilla, y tenían cargos eminentes, como Enrique, maestre de la Orden de Santiago. El joven monarca estaba comprometido con su prima hermana María, también hija de Fernando, y los desposorios se celebraron en 1418 en Medina del Campo. Ella será una defensora del partido aragonés en Castilla, complicando los asuntos desde ese lugar privilegiado. Él no la amaba, era un problema para la corona castellana más que una compañera. La boda se efectuaría dos años más tarde en medio de maquinaciones y enfrentamientos, y forzada por el secuestro del monarca por parte del infante Enrique de Aragón. Un golpe de mano que fue desbaratado por la intervención directa de Álvaro de Luna que liberó al soberano. Un mes después se realizaba el matrimonio de Juan con la infanta María.



Palacio de los papas de Aviñón, https://www.bienvenueenprovence.fr/es/visitar/el-palacio-papal/


Álvaro valoraba una monarquía fuerte, y la defenderá del acoso de los infantes, será su escudo y gran apoyo. En esos años había contrarrestado las numerosas tramas, conjuras y el secuestro del monarca, deshaciendo parte de los planes contra él. Salvarlo del encierro en Tordesillas, le dio el título de condestable de Castilla y la base de su encumbramiento. El monarca tenía un carácter débil, era indolente, no estaba capacitado para gobernar y no le interesaban las obligaciones propias de su cargo. El nuevo condestable era todo lo contrario, tenía carácter, era enérgico, le gustaba el gobierno del reino que deseaba fuerte frente a la díscola y ambiciosa nobleza. Era buen guerrero y tenía una gran intuición para percatarse de los peligros que acechaban al rey y para evitarlos. La deuda de Juan con él se convertía en un estrecho lazo, más fuerte que el ya existente. Su esfuerzo y entrega en el cargo requerían una remuneración que fue efectuándose en donaciones de señoríos, villas, castillos, propiedades, rentas y beneficios. El reinado de Juan II, más interesado en la música, la poesía, las fiestas y torneos, continuará con continuas conspiraciones, rebeliones, peleas y un gran desgaste para Castilla.




 

Villa de Cañete, cartel de la XXIII Alvarada, fiesta homenaje a Álvaro de Luna, https://www.villadecanete.com

 

Álvaro de Luna era un hombre agradecido, no olvidó sus orígenes y ayudó a su madre, a la que donó dos lugares para que tuviera rentas. Debía de ser una mujer muy atractiva, plebeya, que aparte de haber tenido relaciones con el noble Martínez de Luna, las tuvo con otros hombres, por lo que Álvaro tuvo dos hermanastros a los que también favoreció. Uno de ellos, Juan de Cerezuela, eclesiástico, que el condestable consiguió accediera a la sede sevillana y luego a la de Toledo como arzobispo, y fue también un gran apoyo para él.

En 1420 se había casado con Elvira de Portocarrero, que no le dio hijos y que no viviría mucho tiempo, pues debió de fallecer al poco de dictar testamento en 1424. En ese tiempo Álvaro había tenido una hija fuera de matrimonio, a la que legitimará posteriormente y la casará con Juan de Luna y Mendoza, su sobrino, hijo María de Luna (en esta etapa habrá varias damas con el mismo nombre) y de Juan Hurtado de Mendoza y Castilla, mayordomo mayor y consejero del monarca, que le había favorecido.

Juan de Luna y Mendoza se había criado en casa de Álvaro, y fue un buen guerrero siempre fiel, que le acompañará en numerosos hechos de armas, ya fueran escaramuzas o la batalla de Olmedo, y hasta los momentos más difíciles del final. De viudo el condestable, tuvo un hijo natural, Pedro de Luna y Manuel, con Margarita Manuel, nieta del gran magnate Juan Manuel. Cuando este hijo natural legitimado alcance la edad suficiente le acompañará en luchas y refriegas, y se encontrará a su lado siempre que lo necesite.

Algunos nobles castellanos deseosos de controlar al rey y envidiosos de la posición de Álvaro de Luna se unieron a los infantes de Aragón para derribarlo. Conseguirán su destierro en la villa de Ayllón en septiembre de 1427, donde se dedicó a la caza, la lectura y a una vida tranquila alejada de las intrigas cortesanas. Pero los coaligados se peleaban entre sí y el gobierno se hacía imposible, el condestable fue llamado a la corte y de un destierro que iba a ser de un año y medio, se redujo a cinco meses. Fue un regreso triunfal con gran elegancia y aparato. El que acudió a buscarle era el conde de Benavente, Rodrigo Alfonso de Pimentel. Ambos se trataban habitualmente en la corte al lado del rey y acompañándole con su mesnada contra las rebeldías de los infantes Enrique y Pedro de Aragón, que andaban alborotando Castilla. De ese trato surgió la propuesta al conde de casar con su hija Juana, famosa por su belleza, además de su alto linaje y juventud.



Cortejo del marqués de Caracena, Adan Frans van der Meulen, 1664, Museo Nacional del Prado

 


Para él era un hito más en su ascenso nobiliario que se había iniciado con el nombramiento de condestable de Castilla y la administración de la Orden de Santiago, continuaba con esta boda, con la adquisición hacia 1434 y construcción algo después, de una admirable capilla funeraria en la catedral de Toledo, por Pedro Jalopa y Hanequin de Bruselas, arquitectos francés el primero y de Flandes el segundo, (3) y se afianzará con la institución de mayorazgo en su hijo y el nombramiento de maestre de la Orden de Santiago. Había dado todos los pasos para ocupar un puesto preponderante dentro de la más alta nobleza. Ascenso que reafirmará con decisiones, actos y fórmulas que le colocaban a la cabeza de la aristocracia y figura principal al lado del rey, lo que más allá de su poder de facto en la gobernación del reino, le hacía odioso a grandes magnates como el marqués de Santillana, que urdía tramas contra él, y con el que competía en la organización de torneos, fiestas y veladas literarias.

Rodrigo Alfonso Pimentel aceptó la proposición y acordaron las capitulaciones que se formalizarían en agosto de 1430 en Ayllón, cerca de Segovia, con los desposorios por palabras de presente y señalando la velación para el año siguiente.

Por aquel tiempo ya se encontraba en Valladolid Juan de Alarcón y Valverde, un agustino que venía de haber ejercido cinco años en Florencia como lector en el Estudio General de la Orden, y que traía los aires nuevos de la reforma que se estaba aplicando en un convento cercano a Siena. En algún momento el fraile entró en contacto con Álvaro de Luna, que se mostró muy partidario de esa renovación en los claustros castellanos, mantuvieron amistad, y el condestable, desde su cargo, le apoyó en la labor que acometió. Con esa idea Juan de Alarcón conseguirá la aprobación del general de la Orden para fundar un convento en Villanubla, a solo 3 leguas al noroeste de Valladolid. Un tiempo después erigió otros monasterios con la misma intención de observancia.

 

San Agustín, modelo para una Orden de fraternidad apostólica, fresco en Palacio de Letrán, Roma, De Desconocido - http://www.30giorni.it/us/articolo.asp?id=3553, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=6029808


Con Álvaro de Luna y Juana Pimentel llegó al acuerdo de crear uno en nombre de Santa María del Pilar en la villa de Arenas de las Ferrerías de Ávila, que tanto Juana como su esposo favorecerán. En una zona llamada Ojos de la Jara: “(…) lugar boscoso y abrupto, lleno de manantiales, habitado únicamente por unos ermitaños agustinos, y por los pastores que encontraron la imagen de nuestra Patrona, la Virgen del Pilar, quienes tomaron el sobrenombre de los Pilaretes, (…).” (4)

Ese lugar, donde habitaban ermitaños cercano al alto de San Agustín, fue elegido por Juan de Alarcón para el convento de Santa María del Pilar, pues ya existía esa imagen de la virgen custodiada por los solitarios en una casa que ellos habían construido. Hoy sólo queda el espacio donde estuvo y más abajo una cueva con “(…) estructura en galería sustentada por arcos apuntados de fábrica de ladrillo, característicos del gótico.” (5) que se piensa era utilizada por los frailes como bodega y fresquera. No muy lejos quedaba el castillo-fortaleza de Juana Pimentel y Álvaro de Luna.

Notas

 (1) Chacón, Gonzalo, Crónica de don Álvaro de Luna, condestable de los reynos de Castilla y de León, p. 45, edición y apéndices de Josef Miguel de Flores, Madrid, 1784.

(2) de Palencia, Alfonso, Crónica de Enrique IV, Tomo I, pp. 105 y 106, Traducción de Paz y Meliá, A., Madrid, 1904. https://bibliotecadigital.jcyl.es/es/consulta/registro.cmd?id=3711

(3) Ibáñez Fernández, Javier, Con el correr del sol: Isambart, Pedro Jalopa y la renovación del Gótico final en la Península Ibérica durante la primera mitad
del siglo XV, p. 214, Biblioteca, estudio e investigación, 26, 2011, https://dialnet.unirioja.es

(4) Serrano Cabo, José, Historia y Geografía de Arenas de San Pedro y de las
villas y pueblos de su partido
, p. 15, Ávila, 1925.
https://bibliotecadigital.jcyl.es/es/consulta/registro.do?id=38

 (5) Restauración de la cueva de las curvas de San Agustín de Arenas, Redacción, 9 junio 2020. https://tietarteve.com/restauracion-cueva-curvas-san-agustin-arenasdesanpedro/



















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