En la mayor parte de la historia, la mujer ha sido considerada un ser inferior, discriminada y relegada de numerosas actividades de la vida para las que se la consideraba que no tenía inteligencia y era pecadora. La Iglesia católica ha mantenido y fomentado esa mentalidad. Y en la Edad Media era abanderada de una actitud y un pensamiento que la supeditaba al hombre, que no sólo era superior sino que tenía cualidades y virtudes que la mujer, mala por naturaleza, no poseía. En aquella época, la cultura occidental impregnada de ese modo de pensar, utilizaba a la mujer como un objeto útil a los intereses y objetivos de los hombres: sexo, procreación de abundantes hijos especialmente varones, mano de obra entre los llamados entonces plebeyos y artesanos, y patrimonio y alcurnia en las damas de la alta nobleza y en las reinas.
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Christine de Pizan, La ciudad de las damas, texto recogido con otros de la autora en The Book of the Queen 1410-1414, por Isabel de Baviera, reina de Francia, The British Library Harley MS 4435 f.290 |
No faltaban ideólogos que, para martillear más sobre la idea, escribían textos misóginos como Giovanni Boccaccio que, a mediados del siglo XIV, compuso un libelo denominado Il Corbaccio con una crítica acerba a la mujer. En parte continuaba una tradición en el mismo sentido, como La roman de la Rose del siglo anterior, o las más burlescas y populares Fabliaux. Aunque hacia 1362 había acabado De claris mulieribus en latín, una biografía de mujeres ilustres, en la que al menos reconocía la existencia de damas con grandes virtudes, no en vano estaba dedicada a la florentina condesa de Altavilla, y lógicamente no iba a contener una diatriba antifemenina.
Il Corbaccio había llegado a los círculos cultos de la península, y ya en el siglo XV, Alfonso Martínez de Toledo, (arcipreste de Talavera) redactó Corbacho o Reprobación del amor mundano, que aunque no se inspiraba en aquel, vituperaba el amor mundano y mantenía una actitud de aversión a las mujeres.
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Giovanni Bocaccio, autor de Il Corbaccio, Andrea del Castagno, 1450, https://es.wikipedia.org/wiki/Giovanni_Boccaccio#/media/Archivo:Andrea_del_Castagno_Giovanni_Boccaccio_c_1450 |
En el ambiente literario de la corte, donde proliferaban las presentaciones y jornadas de poemas y canciones sobre el amor, y donde existía una discusión intelectual similar a la de otros reinos denominada Querella de las mujeres, Álvaro de Luna, que pensaba y actuaba con virtudes caballerescas, tenía una opinión contraria a la misoginia, valoraba a la mujer como igual al hombre, tanto en defectos como en virtudes. A su lado tenía una esposa de grandes cualidades, que llevaba años viendo brillar en su casa: inteligente, fiel, encantadora, entusiasta y resolutiva. Aunque hay autores que consideran la obra un ejercicio de retórica intelectual, más cercano también al ambiente del erotismo y amor cortés, la obra está por encima de ese nivel.
Y se le ocurrió escribir un texto que defendiera a las mujeres de todas las épocas, dividido en tres libros: uno dedicado a la mujer en la Biblia, el segundo a las paganas y el tercero a las cristianas. Iría precedido por un proemio escrito por el poeta y amigo, Juan de Mena, que estaba también en la corte; cinco preámbulos; y cada libro por un prólogo en el que explicaba sus razonamientos de aquella postura. Las ideas fundamentales que expone resultan muy poderosas frente a la actitud de la Iglesia: que la mujer es igual al hombre en defectos, y estos no los tiene por naturaleza sino que los adquiere por la costumbre al igual que los hombres; que tiene la misma capacidad de ser tan virtuosa como el hombre; y que no se la debe culpar más que a ellos por el pecado original.
Cuando estaba en Escalona con Juana, era fácil dedicarse a componer su obra que le llevaría bastante tiempo. Ella le animaba, porque su pensamiento coincidía totalmente con aquella postura profemenina, tenía el recuerdo de su abuela Juana de Mendoza que era un ejemplo de mujer fuerte, valerosa madre, esposa, y consciente de sus propias cualidades tan extraordinarias como las del mejor hombre de Castilla.
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Ascenso a una torre por una escala de cuerda, Les Croissades, ilustración de Gustave Doré, 1877, Source gallica.bnf.fr / BnF |
El condestable escribía en momentos de sosiego de cualquier situación, y dada su agitada vida, a menudo era en contiendas, o asedios a villas, por eso se disculpa de los posibles fallos de su obra: “(…) pues si algunas falleciesen, é demasiadas en esta obra se fallaren, justas causas damos á la disculpación, como toda la mayor parte deste nuestro libro ayamos compuesto andando en los Reales, é teniendo cerco contra las fortalezas de los rebeldes, puesto entre los horribles estruendos de los instrumentos de la Guerra; pues ¿quién puede ser aquél de tan reposado ingenio, ni quién se sabrá assí enseñorear de su entendimiento, que sabiamente pueda ministrar la pluma, quando de la una parte los peligros demandan el remedio, é de la otra la ira codicia la venganza, é la justicia amonesta la ejecución, é el rigor enciende la batalla, é la cosa pública demanda la administración, en tal manera, que todas cosas privan el reposo, que para esto es necesario, tanto, que muchas veces no acaeció dejar la pluma por tomar las armas, sin que ninguna vez dejássemos las armas por tomar la pluma; pues quando cansado, é trabajado, é algunas veces ferido volviéssemos á la obra que comenzada dejábamos, cómo el ingenio nuestro se podría fallar? (…) é fué acavado, é dado á publicación por el dicho Señor en el Real de sobre Atienza, entrada la dicha villa, 14 días de agosto de 1446 años.” (1)
Es asombroso cómo un guerrero y estadista siempre en acción como era él, sacara tiempo para escribir su libro, a pesar del continuo movimiento y esfuerzo que le exigía contrarrestar los combates, las peleas y maquinaciones al lado del monarca. Pero así era, tal vez fuera el contrapunto de paz y armonía que necesitaba para equilibrar tanta agitación, luchas y enfrentamientos, como hemos visto él decía al final del texto que lo había escrito en su tienda en los asedios, de hecho lo acaba en el Real del cerco de Atienza de 1446, puntualizando que había dejado la pluma para tomar las armas, pero nunca al revés. Era un caballero culto que había leído la Consolación de la filosofía de Boecio, textos de estoicos y peripatéticos, La naturaleza de los dioses de Cicerón y los Tratados éticos de Aristóteles, entre otros griegos y latinos.
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Juan II de Castilla, Armorial de l'Europe et de la Toison d'Or, Bibliothèque Nationale de France. Bibliothèque de l'Arsenal, Ms-4790, fol.176, Source gallica.bnf.fr / BnF |
En sus marchas a sitios y combates, llevaba su manuscrito, plumas, el tintero de plomo con un soporte con huecos para velas, su mesa y asiento plegables de escribir, y libros de consulta como alguna copia de textos latinos, una copia del Antiguo o el Nuevo Testamento, otra de la Legenda Aurea y algún santoral castellano, según la parte que estuviera escribiendo, todo ello en un arca de madera que alguno de sus pajes que le acompañara controlaría.
El condestable, con sus vasallos al lado del rey, fue hacia Atienza, una de las últimas villas de los sublevados que les quedaba por tomar. Mandaron que se adelantasen varios caballeros, entre ellos Juan de Luna y Mendoza, sobrino de Álvaro, y ya casado con su hija legitimada María de Luna, para la que había fundado un mayorazgo con las villas de Cornago y Jubera. El joven actuará toda su vida como caballero fiel y cumplidor. Álvaro de Luna recibía al rey en su villa de San Esteban de Gormaz, donde le agasajó durante un día antes de partir.
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Galería porticada de la iglesia románica de San Miguel, San Esteban de Gormaz, https://www.sanestebandegormaz.org/iglesia-de-san-miguel.html |
Según narra su cronista Gonzalo Chacón, otro caballero incondicional que se había criado en su casa y ya participaba con él en contiendas y en este cerco, el condestable mandará llamar a su hijo Juan de Luna que estaba junto a Juana probablemente en Escalona, para que a sus once años viera de cerca cómo se desarrollaba un asedio, iba acompañado de su ayo, de otros niños nobles que se criaban y educaban con él en la casa del condestable, y también le acompañaban los alcaldes de Ayllón y San Esteban de Gormaz y otras villas cercanas con sus gentes de armas. “En esta guisa el Conde Don Juan vino al real é cerco de Atienza con aquella gente, é llegó viernes veinte é dos dias de Julio: é su Ayo, que era ome bien enseñado, levóle derechamente á besar las manos al Rey, é facerle reverencia. El Rey ovo mucho placer con él, quando le vido assi vivo y gracioso é bien fablado: (…) Despidióse el Conde del Rey, é fué á facer reverencia á su padre el Maestre. El Rey mandó que apossentassen al Conde Don Juan dentro en el Monesterio de Sant Francisco.” (2) El monasterio estaba fuera del recinto de Atienza, era un antiguo cenobio al que se había añadido la obra de una gran iglesia en estilo gótico inglés por la reina Catalina de Lancaster, aunque había parte que no se había acabado.
Finalmente, en agosto se tomó la villa que fue cuando el condestable acabó su manuscrito sobre las mujeres. Pero tanto en este cerco, en el que recibió un fuerte golpe de una piedra en la cabeza, que le hizo una herida grave, como en el de Palenzuela que una flecha le atravesó un hombro, se mostró su gran capacidad guerrera y táctica. Juana, que tenía noticias suyas con regularidad, iba de sobresalto en sobresalto, y esperaba con angustia que acabaran aquellas continuas contiendas y su marido regresara con su hijo y los niños que se criaban en su casa.
En marzo de 1447 el rey confirmaba algunas nuevas decisiones del condestable que se añadían a su testamento dictado en 1445. Ignoramos si Juana conoció entonces una que la concernía a ella o si la leyó años después cuando su esposo fue degollado, en cualquier caso era la conducta que ella iba a adoptar. Se trataba de una cláusula que exigía a su viuda mantener castidad para recibir su herencia, porque si no la guardaba no la tendría, y ese patrimonio pasaría a su hijo. Dada la diferencia de edad entre la pareja, Álvaro de Luna era consciente de que ya era mayor, alrededor de cincuenta y cinco años, y si él fallecía en cualquier momento podía volver a casarse, Juana era todavía muy atractiva con treinta y tres años, y él no deseaba que en ese caso ella heredara sus bienes. La relación de amor entre los dos debió de ser profunda, y es muy probable que él le fuera fiel durante su vida de casados, a pesar de estar separados frecuentemente y de que en la corte abundaban doncellas hermosas accesibles.
No se le conocen amantes ni hijos naturales desde su unión matrimonial con ella, si los tuvo su discreción fue total, porque en aquel ambiente, donde las habladurías y los rumores eran constantes, si se hubiera conocido algún desliz sexual de Álvaro habría sido utilizado por sus enemigos rápidamente. Aunque lo acusaban de algo mucho peor en aquel tiempo, de maleficio sobre el rey y de homosexualidad. Juana vería aquellas denuncias como producto de la gran maledicencia existente en la corte y del odio hacia su marido.
Notas
(1) de Luna, Álvaro, Libro de las virtuosas e claras mugeres, pp. 364 y 365. Sociedad de Bibliófilos Españoles, Madrid, 1891. http://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/bdh0000232734
(2) Chacón, Gonzalo, Crónica de D. Álvaro de Luna, condestable de los reynos de Castilla y de León, pp. 174 y 175. Edición y apéndices de Josef Miguel de Flores, Madrid, 1784.
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