martes, 3 de octubre de 2023

7. Los destierros del condestable.

 


 


Tras las victorias del condestable sobre los levantamientos y revueltas de los infantes de Aragón, se producía un periodo de paz que coincidía también con su regreso de los destierros, llamado por el rey y a veces por los mismos que habían provocado su alejamiento, porque eran etapas de desorden y peleas entre ellos e ingobernabilidad del reino. Después de conversaciones y tramas, en octubre de 1439 el condestable era desterrado por seis meses, alejado del rey y de la corte. Se encontraba en Sepúlveda, pero seguía en contacto con Juan II a través de los nobles amigos.

 

 

Una de las antiguas puertas de Sepúlveda que aún se conservan, Sepúlveda, Segovia, https://www.turismosepulveda.es/el-castillo-y-las-murallas

 

La situación no mejoró porque la liga nobiliaria quería controlar al monarca, al igual que los infantes de Aragón, además de recuperar su patrimonio confiscado. La presión continuó y la facción encabezada por los infantes consiguió el destierro de Álvaro de Luna para seis años. Juana permanecerá al lado de Álvaro en su apartamiento de la corte de 1441 en Escalona, cuyo palacio había sido reconstruido del incendio, y ya estaba habilitado para vivir. Fue esta una etapa de cierta tranquilidad y estancia continuada, en la que la pareja pudo convivir más tiempo. 

Tal vez en estas fechas, es cuando el condestable inicia la ejecución de su texto sobre la mujer, en una actitud defensora de sus cualidades, y profemenina frente a la misoginia de otros autores. Se trataba del Libro de las virtuosas e claras mugeres, (claras como ilustres o insignes). Juana estaba muy interesada en el manuscrito de su marido que destacaba las virtudes y la esencia de las mujeres, y le alentaba a continuarlo. Según avanzaba, Álvaro le leía los párrafos escritos, era a primera hora de la tarde, al lado de la chimenea, y con abundantes velas, él se sentaba en un sillón y a Juana le gustaba aposentarse a su lado en un gran cojín sobre las alfombras, recostaba su espalda sobre las piernas del condestable, que acariciaba sus cabellos sueltos en hermosos bucles mientras ella escuchaba y perdía su mirada sobre el fuego. Cuando anochecía los dos se retiraban enlazados a la cama matrimonial, donde el amor sustituía a las palabras.

 

 

María de Borgoña, ejemplo de belleza, ricas joyas, hermoso tocado y brial de terciopelo y brocado, siglo XV, atribuido a Michael Pacher, https://es.wikipedia.org/wiki/María_de_Borgoña#/media:Mary_of_Burgundy_(1458–1482)


El condestable mantenía contactos con su hermano el arzobispo de Toledo, sus amigos los maestres de Alcántara y de Calatrava, y nobles que le apoyaban. Viendo la situación en Castilla, de acuerdo con el maestre de Alcántara, Gutierre de Sotomayor, había firmado un tratado de alianza con el infante Pedro, regente de Portugal en ese momento, contra los belicosos infantes de Aragón. (1) Más adelante se planteará incluso exiliarse con su familia en el reino vecino. Ahora se movía con libertad por su estado y marchaba a Maqueda, La Adrada, El Tiemblo, San Martín o Arenas.

Cuando su esposo no estaba, a Escalona llegaban a menudo mensajeros para que Juana conociera cuál era la situación, sabía que el arzobispo de Toledo, su cuñado, había tenido que escapar hacia Madrid al amparo de Juan II. Los alborotadores eran su hermano Alfonso Pimentel, ahora conde de Benavente, su tío Fadrique Enríquez, almirante de Castilla, y otros nobles que habían perseguido a Juan de Cerezuela hasta la entrada de la villa.

En las contiendas de Álvaro y sus vasallos contra los del infante Enrique de Aragón, las peleas se dieron cerca de Escalona, temía por su esposo, tener la lucha tan próxima la hacía sentir más la inquietud y la desazón por los sucesos, pero salió vencedor. Juana admiraba a su marido porque, aparte de que le amaba y fuera el padre de sus hijos, sabía valorar sus cualidades políticas y guerreras, y le veía como un buen gobernante que trataba de mantener al rey en el trono y conseguía que el reino estuviera en paz.

 

 

Pila bautismal románica, siglo XII, MAN, fotografía: Ángel Martínez Levas, https://ceres.mcu.es/pages/Main



El destierro fue bastante laxo, pues Álvaro de Luna permaneció en Escalona y en las villas y castillos de su alrededor. En ese periodo de extraña calma en que Álvaro paraba en Escalona, Juana se quedó preñada y en el verano de 1443 tuvo una hija a la que llamaron María (la crónica la llama Juana). Avisaron a los reyes, que viajaron hasta allí para celebrar con la pareja el acontecimiento, ambos hicieron mucha fiesta y regalos a la recién nacida y fueron sus padrinos. Extraña situación para un desterrado, que los monarcas le visiten, festejen y convivan en su palacio.

El príncipe Enrique participaba en las maquinaciones contra su padre, manejado por el rey de Navarra intervino en un golpe de mano en Rámaga, donde retuvieron al monarca, que no podía salir de allí ni recibir a nadie. Así controlado se desplazaron a Madrigal y Tordesillas. Álvaro de Luna se encontraba entonces en La Adrada porque su castillo era también una residencia palaciega para él y su familia en algunas ocasiones. Había sido construido el siglo anterior por Ruy López Dávalos, aprovechando una iglesia tardorrománica del siglo XIII sobre una colina de la villa, y acabado y embellecido por Álvaro de Luna, al que gustaba acomodar con lujo las casas o palacios donde paraba, aunque no fueran habituales.

 


Castillo de La Adrada, fotografía: José Antonio D. Rodríguez Rodríguez, https://laadrada.net/laadrada-ayer/el-castillo-ayer/


 

Hubo conversaciones entre varios nobles para liberar al rey. Cuando por fin maduró la coalición preparada por el obispo de Ávila junto con el príncipe, Juan Pacheco y varios grandes nobles, y fueron llamados a Ávila, Álvaro de Luna con parte de sus vasallos se dirigió a la ciudad. Ya era el verano de 1444 cuando acabaron las dos grandes huestes del príncipe y del rey de Navarra avistándose cerca de Pampliega. Juan II fue liberado fácilmente y con toda esta situación el condestable también había salido de su retiro y volvía a brillar por sus cualidades, al lado del monarca y de los grandes nobles que le rodeaban.

En 1445 el monarca de Aragón y Navarra también llamado Juan II, regresaba avanzando hacia el centro de Castilla. Juan II de Castilla, que iba a atajar su entrada, se detuvo en El Espinar, y allí le llegarían nuevas del fallecimiento de la reina María en Villacastín, (probablemente de meningitis) lo que no le afectó por los problemas que había provocado en Castilla y, a pesar de lo cerca que estaba, no se trasladó a aquella villa para hacerle exequias.

 

 

Monasterio de Guadalupe, Cáceres, Semanario Pintoresco Español, 15 agosto 1847, https://hemerotecadigital.bne.es/hd/es/viewer?id=30d9a35d-f580-491a-bf24-a2c7953b85c9


 

Los dos ejércitos acabaron en los alrededores de Olmedo. Y se enfrentaron el 19 de mayo de 1445, Álvaro de Luna llevaba la vanguardia, contaba con su hijo Pedro de Luna y Manuel, además de su sobrino Juan de Luna y Mendoza que era como otro hijo, y con nobles partidarios y vasallos. Cuando quedaban 2 horas de sol se produjo el choque, llegó la noche y empezó un repliegue de la formación de los infantes mientras las gentes del condestable los perseguían a los muros de la villa y después escapaban hacia Aragón. Él había combatido fieramente, como era su costumbre, contra las huestes del infante Enrique, ambos fueron heridos, el condestable de una lanzada en un muslo y el infante de un puntazo de espada en una mano.

 


Trajes militares y armas españolas, España artística y monumental, 1865, dibujos: G. Pérez Villaamil, texto: P. de la Escosura, litografías: vv.aa., https://ddd.uab.cat/record/59987


 

Álvaro fue curado en cuanto acabó la contienda por los médicos del rey en el mismo campamento. Juana había sido avisada de la batalla y de la herida de su esposo, por lo que marchó a la corte a verle y comprobar que estaba sanando bien, aunque en seguida tendría que partir porque había que tomar los castillos y villas de los sublevados e impedir que se alzaran de nuevo. Para desplazarse al lado del rey tendría que ser llevado en andas. 

Después del éxito obtenido, el rey premió con varias donaciones a Juan de Luna y Mendoza que se había distinguido por sus acciones y le concedió el título de guarda mayor del rey. En aquellos días vino la ayuda de un ejército portugués que llegaba tarde, pero que había que pagar y era una gran carga para las arcas reales. Debió de ser entonces cuando surgió la idea de Álvaro de Luna de casar al rey con una hija del infante Juan de Portugal, hermano del rey Duarte I, y nieta de Felipa de Lancaster. pensaba que a Castilla le convenía tener un acuerdo estrecho con Portugal, aunque el rey prefería una infanta francesa.

Poco después de ganada la batalla, llegaron noticias de que el infante Enrique de Aragón, el mayor provocador de problemas y levantamientos, había fallecido a causa de la herida. En poco tiempo habían desaparecido de la escena dos de los principales intrigantes: la reina María y su hermano Enrique.

Tras la muerte del infante, Álvaro de Luna recibió el maestrazgo de la Orden de Santiago. Ser maestre era un honor que le daba más poder y posibilidades económicas, porque tendría las mayores rentas tras el rey y el arzobispo de Toledo. Era el momento álgido de su carrera. A pesar de estar herido continuó al lado del monarca en varios asedios, donde además escribía en las horas muertas, mientras Juana esperaba sus noticias de cómo iba mejorando.

Las negociaciones con Portugal para la boda del soberano marchaban rápidamente y en abril de 1446 un embajador de Castilla acudía a la corte lusa a estudiar el contrato. El octubre se firmaba en Évora, y como parte de la dote dada por el rey portugués a Isabel estaban los 45.000 florines de oro del pago del ejército luso. (4)


Notas

(1) Vizconde de Santarem, Quadro elementar das relaçôes politicas e diplomaticas de Portugal, tomo I, p. 328. París, 1842. https://books.google.es/books

(2) Memorias de don Enrique IV de Castilla, Tomo II, colección diplomática, doc. V. Compuesta y ordenada por la Real Academia de la Historia, Madrid, 1835 – 1913.

(3) Ibidem.

(4) Vizconde de Santarem, Op. cit. pp. 344 a 346.

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