En 1437 Juana recibió malas noticias de su familia, estaba en Ayllón con la corte, porque el rey se había detenido en la villa en su camino a Roa por el temporal de frío y grandes nieves que azotaba la zona. Su hermano mayor Juan, conde de Mayorga, había fallecido en Benavente, villa de su padre el conde, donde estaba preparando todo para acudir a los desposorios del príncipe Enrique en marzo. Iba a ser enterrado en el panteón familiar de la iglesia del convento de San Francisco de aquella villa. Juana vistió luto, pero no podía acudir, tendría que realizar las exequias en la iglesia del convento de San Francisco de Ayllón. Su padre también se encontraba en la corte y los dos compartieron su tristeza. Ahora el heredero de la casa era el segundogénito, Alfonso.
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Una gran nevada en febrero de 1437 retuvo a Juan II de camino a Roa, fotografía: Pilar Alarcón |
Después partieron para Alfaro, donde se realizarían los desposorios de Enrique (futuro Enrique IV) y Blanca de Navarra. Hubo cuatro días de regocijo, Juana asistió sin muchas ganas a los actos principales por la obligación que tenía hacia el rey como esposa del condestable. Después este tendría que cumplir un mandato del monarca que él mismo le había aconsejado, y que se refería a la maquinación que estaban preparando algunos nobles, entre los que se encontraba la familia de Juana. Se trataba de detener con engaño a su tío Pedro Manrique de Lara y Mendoza, que era el cabeza de la rebelión contra Álvaro de Luna. Este acto desencadenará la movilización de sus hijos y sus primos. Ella se encontraba en un difícil equilibrio entre el amor a sus parientes y la fidelidad a su esposo.
En Medina del Campo Juan II mandó a Manrique de Lara y Mendoza, adelantado mayor, que fuera con el condestable a su posada, en la torre que estaba al lado del palacio del rey, sin especificar para qué, los dos comieron juntos, y Álvaro lo dejó allí en manos de Gómez Carrillo de Albornoz y con hombres de armas vigilándole.
Alfonso Pimentel, hermano de Juana, enterado de que el rey había mandado ponerle en prisión, partió para Rueda donde estaba el almirante Fadrique Enríquez, hermanastro del adelantado, para avisarle. La información se extendió por toda la familia y los bullicios se multiplicaron. El rey llamó al almirante y a los hijos del adelantado. Llegó al acuerdo de que estuviese en la fortaleza de Roa detenido, pero no preso y pudieran sacarlo de vez en cuando a cazar. En todo ese tiempo la esposa de Pedro Manrique de Lara, Leonor de Castilla y Alburquerque, se encontraba viviendo con él y cuando Juan II mandó trasladarlo a la fortaleza de Fuentidueña recibió un gran disgusto, pues esperaba que de Roa fuera liberado. (1)
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Murallas de Roa de Duero, Burgos, https://roadeduero.es/galeria-imagenes/muralla-medieval |
Era un verano caluroso y seco y se formaban tormentas con mucho aparato eléctrico, se produjo una en Escalona y cayó un rayo en la torre del homenaje del castillo, propagándose un gran fuego por toda la fortaleza, que ardió durante tres días a pesar del esfuerzo de los hombres que trataban de apagarlo con tierra o agua. (2) Tal vez mientras se reconstruía el palacio, la familia se trasladó al castillo de Arenas de Ferrerías, donde también se sentían a gusto. Debió de ser por estas fechas cuando Juan de Alarcón y Valverde fundó en la villa un convento agustino con criterios de la reforma, y se puso bajo la advocación de Santa María del Pilar. Será muy querido por Juana, que lo favorecerá económicamente.
El fraile, que era un hombre muy culto y relacionado con el humanismo por su estancia en Italia, cultivaba las letras, escribió entonces el Libro del regimiento de los señores, un escrito de política medieval, para dedicárselo a Álvaro de Luna “(…) presenta su tratado de educación del gobernante mediante una argumentación doctrinal inspirada en la concepción cosmológica teocéntrica de la Edad Media y en los principios espirituales de la observancia agustiniana.” (3)
En ese tiempo, el tío de Juana, su esposa y sus dos hijas se escaparon de la fortaleza de Fuentidueña, descolgándose de una ventana con cuerdas de cáñamo con la connivencia de algunos criados de Gómez Carrillo. A pesar de perseguirlos, este no consiguió alcanzarlos, pues ya habían llegado a la fortaleza de Baños de la Encina, al norte de Jaén.
La tendencia abúlica del rey hacia los asuntos del gobierno iba a más, no le interesaban sus obligaciones y las dejaba en manos de Álvaro de Luna, porque sabía que no haría nada que fuera contra la corona. Probablemente era el mejor “primer ministro”, que podía tener, porque valoraba la monarquía, y mantenía a raya a los infantes de Aragón y a los nobles levantiscos. Juan II pagaba sus servicios en rentas, villas, oro, plata, joyas y, sobre todo, poder.
Los grandes nobles estaban enfurecidos, envidiosos, levantados, querían quitárselo, y que desapareciera de la corte, que fuera desterrado él y toda su familia, clientela y vasallos, que ya eran muchos, y se lo pidieron al monarca. Entre ellos varios de los familiares de Juana, los Pimentel, la rama de los Manrique de Lara y los Enríquez, unidos a Pedro de Estúñiga o Zúñiga. Lo que iba a desembocar en graves disturbios y en guerra civil, Juana verá con angustia cómo se involucra a su padre, que había estado enfermo y después había intentado llegar a un acuerdo con el condestable sin éxito, y acabará uniéndose a los rebeldes. También su hermano participaba en la liga nobiliaria por solidaridad de clan familiar y de estamento. Este ataque contra Álvaro de Luna era un problema reincidente que acabará con su vida.
Ella supo cómo su padre Rodrigo Alfonso Pimentel volvía a unirse a los nobles rebeldes al lado de sus familiares los Manrique de Lara y los Enríquez. Serán unos años muy duros, dividida entre sus lealtades familiares y la preocupación por su marido. El conde de Benavente participará en las negociaciones para el acuerdo con el rey y conseguir finalmente un nuevo destierro del condestable. A partir de ese momento Rodrigo Alfonso se encuentra al lado de los infantes de Aragón. Hacia el verano de 1440, estaba muy enfermo y poco después fallecía. Fue enterrado en el panteón familiar del convento de San Francisco de Benavente, del que hoy día no queda nada. En ese año también fallecía su tío, el adelantado mayor de León, Pedro Manrique de Lara y Mendoza, y continuaba en el cargo su hijo Diego Gómez Manrique.
Notas
(1) Pérez de Guzmán, Fernán, Crónica del señor rey don Juan II, p. 368. Valencia, 1779.
(2) Ibidem, p. 385.
(3) Lazcano González, Rafael, Juan de Alarcón y Valverde, DB-e RAH.
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