Burgos, castillo de Portillo y Valladolid, abril a junio 1453
Por fin consiguieron su objetivo, y contaban con Juan II que consideraba que ya no necesitaba al condestable. La reina Isabel era muy joven, dominante y persuasiva. Los grandes nobles no habían parado de maquinar ni de empujar al rey en un continuo murmurar y atosigarle. Y el príncipe Enrique, voluble en función de sus intereses, deseaba quitarle el poder. Él se había escurrido de sus trampas y acechanzas durante unos años. En 1352 la campaña desestabilizadora había hecho mella en la voluntad del monarca. Aquella primavera estalló la conjura. El contador mayor del rey Alfonso Pérez de Vivero, un hombre de la confianza del condestable, le traicionó y contó a Pedro de Estúñiga o Zúñiga, (el apellido derivó a Zúñiga que es el que utilizaremos por ser el más usado por historiadores) uno de los maquinadores, los planes de Álvaro de Luna para tomar su castillo de Béjar y abortar el complot. Este, al saberlo, ordenó su muerte, y ese mandato fue el principio de su final.
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San Benito, Valladolid, Recuerdos y bellezas de España, dibujos y litografías: F. J. Parcerisa, texto: P. Piferrer, https://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000187033&page=1 |
La muerte del contador sirvió de excusa para que el rey acabara prendiendo al privado, a su lado la reina Isabel le animaba a que firmara una orden de arresto y muerte. Juan II le llamaba al castillo de Burgos, con un mandamiento a Álvaro de Zúñiga, alguacil mayor e hijo de Pedro de Zúñiga, “(…) yo vos mando que prendades el cuerpo á Don Alvaro de Luna Maestre de Santiago: é si se defendiere que lo mateis. (…) otro dia Miércoles en quebrando el alva, Don Alvaro de Estuñiga salió de la fortaleza con veinte hombres darmas en caballos encubertados, (…) E saliendo de la fortaleza, fué visto por Alvaro de Cartagena (…).” (1) que rápidamente fue a despertarlo y avisarle de los que estaba pasando. Gonzalo Chacón, Fernando de Sesé y algunos más querían facilitar su salida, y con ropas de otro y embozado empezó a marchar tras Álvaro de Cartagena. Este le llevaba por callejas de la ciudad que eran las más propicias para huir, el maestre de Santiago no quería salir como un delincuente y le dijo que no iría por aquellas rúas tortuosas, oscuras y de alvañares y regresó a la casa donde posaba. Fue su perdición. Su hijo y su sobrino con sus gentes estaban en otras posadas y no pudieron acudir, impedidos por los numerosos hombres de Zúñiga.
Hubo un conato de disparos, y después contactos entre Álvaro de Luna y el rey a través de mensajeros, hasta que el monarca le envió un seguro escrito de su propia mano, firmado y sellado, dándole su fe real de que no recibiría agravio ni injuria en su persona ni en su hacienda, lo que al condestable no le dio seguridad, pero no tenía gente para defenderse y sabía que Juan II había cambiado su actitud hacia él, por lo que se entregó preso. Antes había dicho a Gonzalo Chacón: “Fagan Dios, é el Rey mi señor de mí lo que les ploguiere; ca yo por cierto non faré otra cosa si non ponerme en sus manos. El Rey mi señor me fiszo, él me puede desfacer, si quisiere.” (2)
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Catedral de Burgos, dibujo: G. Pérez Villaamil, litografía: Ch. C. Bachelier, 1844, Museo Nacional del Prado |
Antes de ser preso repartió talegos de doblas entre los servidores y criados que quedaban con él, y a Gonzalo Chacón y a Fernando Sesé les pidió que cuando fuera necesario acojan a sus criados que acudan a ellos y los recojan bien “(…) fasta que llegueis á la Condesa mi muger, é al Conde mi fijo, si Dios allá vos leváre.” El maestre ya había ordenado que comunicaran a su hijo que se marchase en cuanto pudiese, Juan de Luna y Pimentel así lo hará, y como podían ser detenidos por orden del rey, partió a escondidas vestido de mujer y acompañado solamente por un criado, se encontraron con el capitán Juan Fernández Galindo y sus hombres, que lo reconocieron y reunidos todos partieron con intención de llegar a Escalona, lo que hicieron sin dinero y con muchas dificultades. Juana los recibió angustiada, por saber que su esposo estaba preso, pero la alegría de ver a su hijo a salvo: “E desque ende fueron llegados, yá sea que la Condesa madre del Conde, é el Alcayde de la fortaleza Diego de Avenalleda, oviessen por la una parte grand dolor por la prision del Maestre su señor; pero por otro respecto la Condesa ovo grand consolacion por ver á su fijo el Conde puesto en salvo, é cerca de sí: é por semejante se conortó (confortó) con su venida el Alcayde.” (3)
Mientras, Juan de Luna y Mendoza, su sobrino, salió de Burgos disfrazado con un hábito y acompañado de un clérigo amigo, y Fernando de Ribadeneyra estuvo escondido en las casas del obispo de Ávila, Alfonso de Fonseca.
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Castillo de Portillo, Valladolid, De Ingolll - Trabajo propio, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2864232 |
Después de una refriega entre los hombres de Álvaro de Luna y los del mariscal Iñigo de Estúñiga tío del justicia mayor y que le acompañaba, aquel se rindió y fue conducido preso al castillo de Portillo, que era de su propiedad desde la batalla de Olmedo. Allí pasa tiempo sin que su esposa y sus hijos obtengan permiso para visitarle, aislado de familia, amigos y partidarios. Inmediatamente de haberle apresado, el monarca se dedicó a tomar los tesoros (entonces llamaban así a la acumulación de oro, plata, monedas y joyas) del maestre. Sin duda había en él un componente de codicia y de expolio con iniquidad, como dice Gonzalo Chacón, y uno de los objetivos del rey con la prisión y muerte de Álvaro era tomar sus dineros y propiedades. Si toda su trayectoria como soberano había sido desastrosa por su debilidad y su total desinterés por la gobernación del reino, su decisión de acabar con Álvaro de Luna fue miserable e indigna.
Juan II escribía el 7 de abril al concejo de Murcia una larga carta en la que menciona unas amonestaciones al condestable por su conducta, y se justifica achacándole numerosos delitos por los que había mandado detenerle y confiscarle todos su bienes y patrimonio. (4) Mandó preparar un proceso amañado, el veredicto ya estaba hecho de antemano, quería su muerte, y aquel lo asumirá como final de su vida.
La inquina del rey iba dirigida no sólo a él sino a toda su gente, familia y leales, entre los que se encontraba Gonzalo Chacón que será preso y estará vigilado un tiempo. Ante esta situación, y dado que cuando Álvaro de Zúñiga rodeó la casa donde posaba el condestable llevaba muchas tropas, los que estaban con él no podrán hacerse fuertes ni ayudarle. Él ya había claudicado y se entregaría a su suerte como un cordero a degollar. Estando retenido todavía en Burgos, el condestable envió con los pajes pequeños, que habían quedado con él, cartas para su esposa, su hijo Juan y su hijo Pedro, así como su sobrino Juan de Luna que hizo llegar primero a Gonzalo Chacón y Fernando Sesé para que fueran a manos de los destinatarios.
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La vraie ystoire dou bon roi Alixandre, 1333-c. 1340, The British Library, Royal MS 19 D I fol 6r |
Juan de Luna y Pimentel, su hijo, y Juan de Luna y Mendoza, su sobrino, llegarán al lado de Juana Pimentel, y la ayudarán en la defensa primero de su marido en un intento desesperado, y después de sus bienes y de sus tierras. Juan II mandaba a la ciudad de Toledo y su comarca enviar gentes de armas contra los rebelados en la fortaleza de Escalona (la viuda del condestable, sus hijos, su sobrino y sus criados y vasallos) y que los rodeasen para no dejar entrar ni salir a nadie de ella. Reunido con su consejo decidió condenarlo a muerte. Sentencia que llevaría Diego López de Zúñiga a la fortaleza de Portillo ordenando que fuera trasladado a Valladolid para ser ejecutado. Después, él se integraría en el cerco de Escalona. Juana Pimentel y Juan de Luna y Pimentel le habían escrito una carta de protesta por la prisión y el tratamiento que estaba dando al maestre de la Orden de Santiago. Era una dura misiva, como una buena bofetada, que debió de sentir en plena cara, y respondió furioso. En ella le recordaban que había dado su palabra real de seguridad al maestre y que la había incumplido.
Notas
(1) Pérez de Guzmán, Fernán, Crónica del señor rey don Juan II, p. 559, Valencia, 1779.
(2) Chacón, Gonzalo, Crónica de don Álvaro de Luna, condestable de los reynos de Castilla y de León, p. 347. Edición y apéndices de Josef Miguel de Flores, Madrid, 1784.
(3) Ibidem, p. 360.
(4) Colección de documentos para la historia del reino de Murcia, XVI, Documentos de Juan II, doc. 323, edición de Juan Abellán Pérez, Murcia-Cádiz, 1984.
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