En ese tiempo, década de los 70, se había trasladado al lado de su hija María y su esposo Íñigo López de Mendoza a las antiguas casas de Pedro González de Mendoza, bisabuelo de Juana y tatarabuelo de Íñigo, donde vivían los Mendoza. A partir de entonces convivirá en ese ambiente lujoso al lado de su hija, y con ese yerno magnánimo y cariñoso, y sus tres nietos: Diego, el que había nacido en su palacio de Arenas de las Ferrerías; Álvaro, llamado así en honor a Álvaro de Luna, esposo de Juana y abuelo de los jóvenes, y al que ella miraba con especial atención; y la pequeña Francisca, que ya era una adolescente.
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Monasterio de San Francisco, Guadalajara, España artística y monumental, dibujos: G. Pérez Villaamil, texto: P. de la Escosura, litografías: vv.aa., https://ddd.uab.cat/record/59987 |
Juana dejó Arenas de Ferrerías con tristeza, porque en esa villa y castillo quedaban muchos de sus recuerdos. En su viaje a Guadalajara se llevó a la mayoría de su servidumbre y sus criados que se integrarían en la gran casa familiar. Probablemente iban con ella los hijos de Juan de Luna y Mendoza, Furtado y Alonso, a los que ella tanto quería, así como sus damas y doncellas. También llevaría los objetos que le quedaban como joyas, tapices, alfombras, cortinas de paramentos, cojines, vajilla, y otros utensilios porque seguiría manteniendo cierta independencia integrada en Guadalajara.
Tiempo después de vivir allí en 1480, su yerno inició una gran empresa constructora, tuvieron que trasladarse a la casa palacio del arzobispo Pedro González de Mendoza, porque la vieja casa ancestral donde habitaban fue derribada para construir en su solar un magnífico palacio gótico isabelino con detalles de arte mudéjar, como el adorno de cabezas de clavos. Las trazas serían de Juan Guas que trabajaba para la familia, y más adelante intervendrá en la capilla del condestable en la catedral de Toledo, por encargo de María de Luna, una vez fallecida su madre.
Íñigo ya era III marqués de Santillana y II duque del Infantado por muerte de su padre en 1479, eso significaba asumir todas las tareas de gestión del patrimonio que había heredado por mayorazgo, y que había ejercido su padre. Era un hombre tranquilo, poco interesado en la guerra y en adquirir más posesiones, y que salió poco de su estado alcarreño.
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Pedro González de Mendoza, cardenal y arzobispo de Toledo, copia de M. Moreno González en 1877 del cuadro original de Juan de Borgoña, siglo XVI, Museo Nacional del Prado, Madrid. |
La gran valía y protagonismo del arzobispo de Toledo, su tío Pedro González de Mendoza le habían convertido desde hacía años en cabeza de linaje de los Mendoza, primado desde 1482, era consejero muy cercano a los reyes católicos. No sólo ejercía como consejero religioso sino como militar en las expediciones guerreras y como inteligente diplomático, además de gran mecenas con sus obras arquitectónicas en Castilla.
Y su sobrino, con una sólida cultura y gran tradición familiar por las expresiones artísticas, hacia 1480, “(…) acometió la magna de construir en Guadalajara el soberbio palacio (sin duda el más rico y de más ostentosa apariencia entre los construidos por la aristocracia en España), (…) nadie podía competir con el segundo duque del Infantado en la cantidad y calidad de tapices flamencos, ni de muebles lujosos, ni ricas armaduras; ni en el número o alcurnia de sus servidores entre los que figuraban muchos hidalgos y aun hijos de familias próceres, ni en el de monteros, ni en el de sus jaurías, ni en el de sus gerifaltes, azores, neblíes, halcones y otras aves utilizadas para la cetrería; (…).” (1)
F. Layna Serrano señala que el duque era un noble sencillo y de grandes virtudes, muy amante de su familia, con gran gusto por el boato y la magnificencia como adecuado a su apellido, de buen trato con sus inferiores, sin envidias y con profundos sentimientos religiosos. Ya habíamos comprobado que no se le conocen amantes ni hijos bastardos: “(…) el amor que profesó a su esposa doña María de Luna hiciéronle casto siendo don Íñigo desde este punto de vista una excepción entre los demás Mendozas, pues fué raro el individuo de esa familia que no contó entre sus hijos algunos naturales.” (2) Era un gran aristócrata que permanecerá más tiempo en sus territorios y en su pequeña corte de Guadalajara que en la corte de los reyes, porque allí ya estaba y brillaba su tío el gran arzobispo. Sin embargo hará empréstitos a los monarcas para las expediciones a Granada y enviará a sus vasallos con un capitán o alguno de sus hijos en su nombre a todas las campañas de guerra. Él acudirá personalmente a la de 1486.
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Patio del palacio de los duques del Infantado, Guadalajara, España artística y monumental, dibujos: G. Pérez Villaamil, texto: P. de la Escosura, litografías: vv.aa., https://ddd.uab.cat/record/59987 |
Juana vería cómo se alzaba la fachada y el patio del nuevo palacio que disfrutarían su hija y sus nietos. La ciudad tenía una vida económica animada gracias a la presencia de su familia, porque además del palacio del duque se estaba erigiendo la iglesia del convento de San Francisco que también dirigía Juan Guas por mandato del cardenal y arzobispo de Toledo, Pedro González de Mendoza.
Avanzado el año de 1480 Juana había tenido noticia de que su nieta Juana de Luna había fallecido a los veinticuatro años en Belmonte en la casa familiar de los Pacheco, y fue enterrada en la iglesia mayor de Cuenca. Era una vieja herida en su corazón que le traía recuerdos de los tiempos en que Enrique IV y Juan Pacheco la había perseguido con saña y le habían robado a su nieta por su patrimonio. La pequeña se había criado entre extraños, con la intención de casarla con el primogénito del valido en 1469, cumplidos los trece años. “(…) y como fruto de su unión dejó un hijo paralítico, nacido en Belmonte en 24 de abril de 1472, que alcanzó escasamente treinta años de vida.” (3)
Desde tiempo atrás existían varios pleitos entre Íñigo López de Mendoza, su esposa María de Luna y Juana Pimentel contra el marqués de Villena por varias posesiones de la herencia de Álvaro de Luna requisadas por Enrique IV y donadas a Juan Pacheco.
Aún pudo ver cómo Isabel I intervino para que se llegara a un acuerdo que se firmaría en Guadalajara en marzo de 1488 entre las dos familias imponiendo un matrimonio cruzado entre ambos linajes. Uno de esos casamientos se refería al bisnieto de Juana, Juan Pacheco de Luna que fue prometido a Francisca de Mendoza, (la hija menor de María de Luna y por lo tanto nieta de Juana). Pero la boda no llegó a realizarse por la muerte del que era heredero del condado de San Esteban de Gormaz y de las posesiones de su madre. “Al morir Juan (Pacheco de Luna), el marqués de Villena heredó de su hijo el título de conde de Santisteban, y dió por sentencia arbitral de la Reina Católica de 1503 una satisfacción en bienes a la casa del Infantado para evitar el litigio que amenazaba la sucesión del conde.” (4)
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Brocado, Lyón, 1727, https://es.wikipedia.org/wiki/Brocado#/media/Archivo:Rot-silberner_Ornat_1727_Bamberg_Di%C3%B6zesanmuseum_detail. |
En 1483 el deán y el cabildo de la catedral de Toledo requerían a la condesa de Montalbán y a su hija la duquesa del Infantado que dotasen la capilla del maestre y realizaran algún reparo, por no tener muchos bienes que él dejara al tiempo de su muerte. Ambas en junio en Guadalajara, con la licencia del duque, daban poder a un bachiller de su consejo, para que ajustara con ellos todo lo necesario para la dote y restauración.
Después Juana, en Guadalajara a 8 de mayo de 1484 señaló dotación y equipamiento para que tuviera medios suficientes. Los restos del condestable ya habían sido trasladados a Toledo desde la iglesia de San Francisco de Valladolid: “(…) en la santa yglesia de Toledo donde su cuerpo esta sepultado, (…).” Juana se refiere a la intención de su esposo: “(…) fue de ornar la dicha capilla e la guarneçer de ornamentos, e cosas nesçesarias a ella, e la dotar asi magnificamente como su persona e estado lo requeria, (…).” (5) Entregaba a un canónigo de la catedral ornamentos de seda y oro y objetos de plata, que incluía piezas extraordinarias, como una casulla de brocado carmesí de terciopelo y terciopelo sin cortar; la estola igual con las armas de los Luna; dalmáticas; albas de tejido de Bretaña, una estola; casulla de damasco; y numerosas vestiduras de calidad; un frontal de rico verde raso bordado de oro; un cáliz dorado con patena; 2 candeleros y vinajeras de plata, además de otros muchos objetos de gran valor como un misal toledano de pergamino.
Por otra parte, daba como dote 30.000 maravedíes de renta cada año, correspondiente a los derechos del paso de ganado en la Torre de Esteban Hambrán, y también del tributo sobre los solares en casas y heredades de la misma villa. Establecía que tres capellanes digan cada uno tres misas en cada semana, una de ellas cantada, del oficio de Santa María y que se haga conmemoración de difuntos por las almas de Álvaro de Luna y de sus familiares allí enterrados, porque también estaban los restos de su hijo Juan de Luna y Pimentel y los del arzobispo Juan de Cerezuela, hermanastro del condestable. Además de otras precisiones sobre las ceremonias y sobre cómo tiene que estar cuidada la capilla. Dice que ya había entregado un paño de brocado para cubrir la sepultura de su esposo. (6)
Notas
(1) Layna Serrano, Francisco, Historia de Guadalajara y sus Mendozas: en los siglos XV y XVI, Tomo II, p. 217. https://patrimoniodigital.castillalamancha.es/es/consulta/resultados_ocr.do
(2) Ibidem, p. 218.
(3) Huarte y Echenique, Amalio, Doña Juana Pimentel, señora del castillo de Alamín, (1453-62), p. 275, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos,
(Cuarta época. Año V) Tomo LVII, n.º 2, Madrid, 1951.
(4) ibidem.
(5) González Palencia, C., La capilla de Álvaro de Luna, doc. II, p. 112. Archivo español de arte y arqueología, n.º XIII, 1929.
(6) Ibidem, pp. 113, 114 y 115.
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