Capítulo 13. Recuperar el patrimonio confiscado
Con el corazón encogido por el dolor, con toda la tristeza en el alma, con deseos de gritarle con furia a Juan II lo que pensaba de él, rey indigno y miserable, reprimiendo su lengua, y manteniendo despiertos los cinco sentidos trató de asegurar lo máximo del rico patrimonio que el condestable había obtenido por años de grandes trabajos y servicios.
El rey permaneció en el alcázar de Escalona hasta el 15 de julio, y desde allí escribió a todo el reino justificando la condena y muerte del condestable en una larga carta. Pero la realidad del falso juicio y la condena a muerte es que fueron una farsa.
“Notabase aquella muerte de irregular en las causas, y poco legítima en las probanzas. El mismo Rey herido del escrupulo pidió absolución al Papa para sí y para todos los Ministros; bien que por la calidad, que de Religioso tenía el Maestre de Santiago. Mas también hombres exactos, que despues de mucho tiempo declaró el Consejo Real por injusta la sentencia en juicio contradictorio con el Fiscal del Rey. Y aunque nuestras diligencias no han podido asegurar mas ese suceso, parece merecido; pues como observan varones Sabios, la sentencia no contenía delito especial, sino hipérboles, y cargos en comun, y al ayre. <Su tenor (dice el Doctor Salazar de Mendoza) se hallará lleno de malicia, envidia y de rencor: y que los cargos fueron generales, sin especificar culpa alguna, como era menester, (…)>”. (1)
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The Luttrell Psalter, 1325-1340, The British Library Add MS 42130 fol 99r. |
Ya se había hecho con los tesoros de monedas de plata y de oro que tenía su privado en Portillo y en el monasterio de Santa María de Armedilla al norte de Cuéllar. Como ya vimos Gonzalo Chacón, conocedor del carácter del rey, y con buen tino decía que su gran avaricia le había inclinado a dar muerte a su condestable. El monarca estaba deseoso de apoderarse de lo que había en Escalona, (vajilla completa de oro y de plata, copas y jarras de oro, joyas, piedras preciosas, paños de seda y de oro, tapices franceses y otros objetos de valor), (2) además de la fortaleza y la villa, pero Juana consiguió que le dejara un tercio, porque buena parte era de su ajuar.
Junto a su hijo requirieron que mantuviera el condado de San Esteban de Gormaz, y Juan II el 13 de julio estando todavía allí, le confirmaba la concesión de villas y lugares del estado de su padre: “(…) San Esteban cerca de Gormaz, Ayllón, Riaza con Riofrío y Hontanares y otros bienes y lugares de las tierras de Sepúlveda y Riaza, bienes de la villa de Maderuelo, Castilnovo, Fresno de Cantespino, Langa, Rejas, Oradero (hoy un despoblado), la ciudad de Osma, las villas de Salmerón, Valdeolivas, Alcocer, San Pedro de Palmiches con sus tercias reales, y algunas propiedades de su padre en el partido del Infantado de Huete, y en las ciudades de Cuenca y Huete. También tendría las corredurías de la ciudad de Sevilla, con la condición de no enajenar sin licencia real nada de todo esto con iglesias, monasterio ni extranjero.” (3)
Allí estaban varios vasallos, hombres de gran confianza que habían venido con su hijo a apoyar a la condesa: Juan Fernández Galindo, capitán de los jinetes de la casa del maestre, un esforzado y leal guerrero, que había tratado de ayudarle para que no cayera preso, Diego de Avellaneda y Fajardo, alcaide de Escalona y Trece de la Orden de Santiago, Juan de Luna y Mendoza, sobrino y yerno de Álvaro, y otro Álvaro de Luna, hijo del arcediano de Niebla que era primo del maestre de Santiago. Todos estarían presentes como testigos en los acuerdos y documentos que se van redactando mientras el rey está en el castillo. Al mismo tiempo el monarca hace donaciones despiezando parte del gran patrimonio del condestable.
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Escudo de Álvaro de Luna en el castillo de La adrada, Ávila, https://laadrada.net/laadrada-ayer/personajes-historicos/juan-ii/alvaro-de-luna/ |
Entre los textos firmados, el 23 de junio dictaba una carta de perdón concedido a Juana Pimentel, “su prima” la llama, (eran primos lejanos pues tenían en común como tatarabuelo al rey Alfonso XI de Castilla), a su hijo Juan de Luna, a Juan Fernández Galindo y Diego de Avellaneda y Farjado y a otros caballeros que estaban con ellos en la villa y fortaleza de Escalona resistiéndose con las armas al monarca. (4)
Juana obtuvo más beneficios para ella y para algunos de los incondicionales de su esposo. En su caso recibía además de las villas de La Adrada y Arenas con todas sus tierras, derechos y señorío, “(…) las villas del Colmenar, Castillo de Bañuela, La Higuera de las Dueñas, San Martín de Valdeiglesias, Prado, Alhamín, La Torre de Esteban Ambrán, Montalbán y La Puebla, así como algunas heredades, aldeas y otros bienes en el Valdetiétar, con el señorío de todo ello, según lo había poseído en su vida Álvaro de Luna (…).” (5)
A Rabí Salomón, físico judío de Juana, le concedía un molino de aceite en Maqueda en agradecimiento por sus servicios y por dejar algunas viñas, casas y heredades que tenía en Escalona. (6) A Juan de Espinosa, criado de Juana, la heredad de Calatravilla, término de El Carpio en Toledo, por petición y súplica que le había hecho ella. (7)
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Castillo de Escalona, Toledo, © Viceconsejería de Cultura y Deportes. www.cultura.castillalamancha.e |
Al mismo tiempo que trataron las mercedes, el 9 de julio se llevó a cabo la redacción de la promesa o carta de arras para el casamiento de Juan de Luna y Pimentel con Leonor de Zúñiga, hija de Álvaro de Zúñiga, alguacil mayor del rey, que había sido enviado a detener al condestable, aunque luego fue Ruy Díaz de Mendoza quien lo tuvo retenido. Pedro de Zúñiga odiaba profundamente a Álvaro de Luna y llevaba tiempo buscando su caída, sin embargo, la actitud de su hijo Álvaro de Zúñiga había sido diferente, pues según Gonzalo Chacón, antes de quedar preso en Portillo, el condestable trató de realizar ese casamiento entre su hijo y una hija del justicia (hijo primogénito de Pedro de Zúñiga), pero la propuesta no llegó a prosperar por la negativa del rey, que ahora cumplía sin conocerlo la idea de su valido. En aquella familia ya había tradición de lazos matrimoniales con los Pimentel, porque una de las hijas de Pedro había sido desposada con Juan Alfonso Pimentel, hermano de Juana; el mismo Álvaro de Zúñiga estaba casado con Leonor Manrique de Lara, prima de Juana, y cuando esta falleció se había casado con su propia sobrina Leonor Pimentel y Zúñiga, sobrina también de Juana.
Cuenta Gonzalo Chacón que estando el maestre detenido había intentado una fórmula para salvarse y era que tanto aquel como Fernando Sesé acordaran con Álvaro de Zúñiga que cuando el rey se marchara de Burgos, el justicia se lo llevase, y a cambio le daría en casamiento a su hijo el conde Juan de Luna y Pimentel y su hija María de Luna y Pimentel para una hija y un hijo de Álvaro de Zúñiga. Lo que a este le pareció muy bien y aseguró que pondría los medios para que el maestre le fuera entregado, y de hecho intentó una y otra vez que el rey le dejara llevárselo, pues de hecho debía ser él y no Ruy Díaz quien lo tuviera, por las cartas que le había enviado, pero Juan II no accedió, porque sabía que Díaz le tenía la misma inquina que el monarca, mientras que el justicia mayor por su cargo mantenía una postura más ecuánime y ajustada. Cuando el soberano partió de Burgos también se llevaron a Álvaro de Luna en manos de Ruy Diaz de Mendoza. (8)
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Atuendo de dama del siglo XV, Santa Águeda, Proyecto de Altar, Anónimo, siglo XV, Museo Nacional del Prado | |
Años hacía que el condestable había tratado el matrimonio de su hijo, con intención de una alianza política, y había firmado un contrato con Pedro Fernández de Velasco, conde de Haro, para el matrimonio de sus dos hijos: Juana Pérez de Velasco, con Juan de Luna y Pimentel en 1449, que no se llevó a efecto. (9) Ahora, la idea del matrimonio con la hija de Zúñiga debió de ser de Juan II. La novia era sobrina segunda de Juana, pues su madre Leonor Manrique, como hemos visto, era su prima.
Las redes familiares eran muy complejas y estaban interrelacionadas por alianzas políticas, intereses y patrimonios. En la carta de arras, Juan de Luna se comprometía a dar 400.000 maravedíes a la novia, para los que obligaba su villa de Riaza con su tierra, términos, vasallos, rentas, pechos y demás derechos. Firmaban como testigos, entre otros Diego de Zúñiga, Luis de la Cerda, Diego de Avellaneda y Fajardo y Juan Fernández Galindo. (10) La pareja se velaba al año siguiente, la boda sería organizada por la familia de la desposada, como era costumbre, y que debería añadir una dote y el ajuar. El papa Nicolás V en mayo de 1454, les absolvía de sentencia de excomunión por haberse casado sin tener su dispensa por consaguinidad.
La condesa conocía la enorme apetencia que Juan II tenía de la villa y castillo de Escalona, probablemente la más hermosa y lujosa casa palacio de todos los reinos castellanoleoneses. Ya era de propiedad real cuando confiscó los bienes del condestable, por eso ella dio orden a sus sirvientes de que recogieran su ajuar: alfombras, colgaduras, tapices, cortinas de paramentos y colchas, y demás ropa de invierno y las cargaran en las mulas para llevarlas al castillo de Arenas, donde ya había avisado que llegarían ella y sus hijos antes de septiembre. Los acemileros tenían que regresar a Escalona para seguir transportando enseres de la casa, plata, joyas, muebles, libros, y todo lo que le correspondía de su vivienda más amada.
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Bosque, Simón Vlieger, 1640-1645, Museo Nacional del Prado |
Arenas de las Ferrerías de Ávila era también un lugar muy querido para Juana, dote de su padre cuando se veló con Álvaro, villa muy rica, con un castillo que había construido Ruy López Dávalos, anterior condestable. Álvaro y Juana lo habían acomodado para vivir temporadas, porque aunque tenía las características necesarias para defenderse en su interior, era también un palacio para residir en él. Estaba fabricado en granito y tenía cuatro torres circulares en las esquinas del cuadrado que formaba su planta. La torre del homenaje se encontraba al lado de la entrada, era rectangular, elevada y tenía cuatro plantas y la última era la vivienda de la familia de Juana.
Tenía hermosos alrededores de castaños y robles y un clima suave en invierno por estar al sur de las altas montañas de Gredos que podían verse muy blancas, nevadas entre diciembre y febrero. El camino hasta allí era difícil y era necesario dar una vuelta para llegar, es posible que utilizaran algunos tramos de las Cañadas que pasaban por Escalona.
Al marchar el rey de la fortaleza, Juana aceleró la recogida de su ajuar, bienes y enseres, quería irse lo antes posible, permanecer allí le daba más tristeza. Debió de ser entonces cuando comenzó a firmar sus escritos como la “triste condesa”, y aunque este título se ha repetido hasta la saciedad en todos los textos sobre ella, reflejaba el profundo dolor que le producía la muerte de su esposo. No podrá conocer la declaración de su inocencia por el Consejo de Castilla, porque se realizará dos siglos después, ya en 1658. (11)
Cuando por fin salió acompañada de sus hijos y de sus gentes con una larga hilera de mulas con los últimos objetos, Juana miró hacia atrás para contemplar la silueta de la villa amurallada y del fuerte castillo que había sido su residencia junto a Álvaro, y no pudo remediar que se le partiera el alma. Marchaba hacia Arenas, pero antes pararían en La Adrada, en cuyo castillo podrían hospedarse unos días y que descansara la comitiva. Era muy agradable, rodeada de pinares y con buenos recursos de cultivos, ganado y bosques, los habitantes cultivaban huertas, viñedos, cereal y frutales. El condestable López Dávila había reconstruido los restos de un castillo que se encontraba en un cerro, y que tenía parte de una iglesia gótica, y lo había rodeado de muralla. Álvaro y Juana lo consolidaron y añadieron elementos para convertirlo en una residencia, si les era necesario.
Notas
(1) de Abarca, Pedro, Los reyes de Aragón en Anales Históricos, 2ª parte, reynado de don Alonso el V. cap. 8. n. 7. Apéndice n.º VI, p. 473, en Gonzalo, Chacón Crónica de don Álvaro de Luna, condestable de los reynos de Castilla y de León, Edición y apéndices de Josef Miguel de Flores, Madrid, 1784.
(2) Villaseñor Sebastián, Fernando, Muchas copas de oro con muchas piedras preçiosas: joyas, lujo y magnificencia en la Castilla de don Álvaro de Luna, Anales de Historia del Arte, 2014, vol 24, n.º esp. Noviembre.
(3) VV. AA. Documentos sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo, vol. 1, docs. 608 y 615. Dirección: Ladero Quesada Miguel A., y Olivera Serrano, César. Universidad Carlos III de Madrid, 2016.
(4) Ibidem, doc. 604.
(5) Ibidem, doc. 606.
(6) Ibidem, doc. 611.
(7) Ibidem, doc. 612.
(8) Chacón, Gonzalo, Crónica de don Álvaro de Luna, condestable de los reynos de Castilla y de León, pp. 362 y 363. Edición y apéndices de Josef Miguel de Flores, Madrid, 1784.
(9) Archivo Historico de la Nobleza, FRIAS,C.1,D.36.
(10) Archivo Histórico de la Nobleza, OSUNA,C.215,D.22-24.
(11) Artigas y Corominas, Pelayo, San Esteban de Gormaz, p. 50. Tirada a parte del Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, Madrid, II trimestre 1932.